16 julio 2021
16 jul. 2021

Nuestra vida espiritual (V)Un testimonio profético

Nuestra vida espiritual (V)
Presentación en varias entregas de la “Guía de lectura” de las Constituciones, escrita por el P. Albert Bourgeois.
de  P. Albert Bourgeois, scj
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1. “Nuestro carisma profético” (n. 27)

270  La expresión puede sorprender y parecer un poco pretenciosa. Sin embargo, no es por una simple casualidad o capricho redaccional que aquí se use el término “profético”. Ya el n. 7 declara: “el Padre Dehon espera que sus religiosos sean profetas del amor” y el n. 39 habla así de “un testimonio profético”. “Profetas del amor”, “un carisma profético” y “un testimonio profético”. Hay en estas expresiones una especie de hilo conductor o, si se quiere, una línea principal del texto.

271  Para comprender y justificar bien estas tres expresiones sería totalmente necesario releer y meditar el n. 12 de la Lumen Gentium sobre “El sentido de la fe y los carismas del pueblo de Dios”. Nuestro “carisma profético” en el orden mismo “de la participación del Pueblo santo de Dios en la función profética de Cristo” (LG 12) “nos incorpora al servicio de la misión salvadora del Pueblo de Dios en el mundo de hoy” (n. 27) y nos constituye o al menos nos llama a ser “profetas del amor” (n. 7). Evidentemente se nos remite a la concepción bíblica de la profecía y a la figura bíblica del profeta y especialmente a la función profética del mismo Cristo (cf. Dizionario di Teologia Biblica, dirigido por X. Léon-Dufour, col. 889-901 y Dizionario dei concetti biblici del Nuovo Testamento, EDB, p. 1441-1449).

272  “El profeta no es un detentador de la verdad. No es investido en la sociedad por poder alguno. Habla mucho más con el compromiso de su vida que con su lengua y este discurso de la vida no viene de él: lo recibe, es una participación. Verifica incesantemente su autenticidad confrontándolo con su vocación y sometiéndolo al discernimiento de la Iglesia” (J.-C. Guy, “La vie religieuse dans l’Eglise”, en Etudes, febrero 1982, p. 247-248).

273  Para nosotros, Jesús, “Cristo es Señor”, en el cual el Padre manifestó su amor, en el que “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1Jn 4,16) (n. 9).

274  El ser mismo de Cristo, su vida, muerte y resurrección es profecía. En esta tarea de “manifestación” nos hace participar “nuestro carisma profético” (n. 27), no sobre todo y ante todo en lo que decimos y hacemos, sino en lo que somos y vivimos, en razón y en la medida de nuestra unión a Cristo en su amor y en su oblación.

275  Los nn. 26-27 son particularmente significativos: “En su seguimiento [del Fundador], y por gracia especial de Dios, estamos llamados en la Iglesia a buscar y llevar, como lo único necesario, una vida de unión a la oblación de Cristo. […] Esta consagración posee, por sí misma, una real fecundidad apostólica”.

276  En esta “consagración” y mediante esta “consagración”, la “vida de unión a la oblación de Cristo” (n. 26), se define nuestro “carisma profético […] al servicio de la misión salvadora del Pueblo de Dios en el mundo de hoy” (n. 27). La misma consagración es carismática. La “vida espiritual”, “vida de unión a la oblación de Cristo” es por sí misma apostólica y profética, no ante todo y solo mediante un eficaz servicio a la Iglesia (cf. n. 16); sino que es ya por sí misma necesariamente un servicio a la Iglesia y a la misión del Pueblo de Dios.

277  Como la de Jesús, nuestra vida espiritual es y debe ser “profética”, revelación y manifestación del amor de Dios. En el amor y mediante el amor de Cristo por nosotros se revela y se manifiesta su amor por el Padre y el amor del Padre por nosotros. Jesús nos ha pedido amar como Él amó y como Él ama, del mismo amor, según la meditación que hemos hecho de la primera carta de Juan (4,7-21) y del Evangelio de Juan (15,1-17). Con su amor podemos y debemos amar. Su mandamiento nos da “la seguridad -decía Teresa de Lisieux- de que su voluntad es amar en nosotros a todos los que nos manda amar” (Ms C 12v). Solo por este camino nuestra “vida de amor”, nuestra unión a su oblación puede ser y es realmente “profética”.

278  Nuestra “unión a la oblación de Cristo” no se limita solo a amar “con Él y según su ejemplo”; pero le da, de alguna manera, la posibilidad de amar en nosotros, de darse a nuestros hermanos, de ser reconocido y acogido por ellos. Por nuestra parte, debemos estar en el camino de su amor, como Él es el camino del amor del Padre por nosotros y de nuestro amor por el Padre. Seremos “profetas del amor” (n. 7) viviendo y dejando vivir en nosotros el amor propio de Cristo por el Padre y por nuestros hermanos. En esta “vida” está la primera y fundamental razón de la “fecundidad apostólica” de nuestra “consagración” (n. 27). A través de esta “consagración” nuestra “vida espiritual” es necesaria y esencialmente apostólica. Por lo tanto, nuestro Instituto religioso es apostólico, no solo ni ante todo por las obras emprendidas y llevadas a término, sino por su misma naturaleza, en virtud, osaremos decir, de la devoción misma al Corazón de Cristo, de la vida de amor y de unión a la oblación de Cristo que el culto al Corazón de Jesús implica y que es la fuente de todas nuestras obras.

279  Todo esto, se ve, no carece de consecuencias prácticas, sea por la motivación, sea por la inspiración de nuestras mismas “obras”, para que sean revelación y “profecía” de ese amor que estamos llamados a testimoniar y a revelar: un amor que debe transparentarse de modo legible en nuestro propio ser, en nuestras acciones, como ocurre en Jesús que, “por su solidaridad con los hombres […] ha revelado el amor de Dios y ha anunciado el Reino” (n. 10).

280  Este conjunto de expresiones, “profetas del amor” (n. 7), “carisma profético” (n. 27), “testimonio profético” (n. 39) es particularmente feliz. El P. Dehon no encontró quizás una expresión formal con su densidad teológica y su verdad eclesiológica. Sin duda, por otro lado, este “enfoque espiritual” del carisma dehoniano, definido en términos de “profecía”, habría alegrado su corazón, como una auténtica expresión de su pensamiento y de su voluntad profunda.

2. Nuestra vocación reparadora

2.1. El “carácter propio” o el “fin” de la Congregación

281  El n. 23 habla de “nuestra vocación reparadora”, haciendo eco del n. 6, donde el “fin” de la Congregación, en la voluntad del P. Dehon, es promover y realizar la unión explícita de la “vida religiosa y apostólica a la oblación reparadora de Cristo al Padre por los hombres” (n. 6).

282  Nuestro “carisma profético” (n. 27) de “profetas del amor” (n. 7) se expresa en una perspectiva “reparadora”. Así se realiza nuestro “testimonio profético” (n. 39). Por otra parte, no hay ninguna duda, históricamente, sobre la intención del P. Dehon a este respecto. Para él, y en la historia y vida de la Congregación, el “espíritu de reparación”, según la fórmula tradicional, es esencial. Este “espíritu”, y por lo tanto el sentido, la teología y el apostolado de la reparación es, sin duda, el punto más delicado, más importante y más significativo respecto a la fidelidad dinámica de nuestras nuevas Constituciones.

283  Dejando a otros estudios la exposición de la “reparación” según el P. Dehon y, más en general, de la teología de la reparación, nos detenemos aquí en el texto de las Constituciones.

284  La experiencia y la vida reparadora del P. Dehon se evocan en el n. 4: “Cautivado por este amor no correspondido quiere responder a él…”.

285  El n. 7 subraya que la reparación está en el “objetivo” de la Congregación, es más, es la característica propia del Instituto: para “remediar el pecado y la falta de amor […] ofrece[rán] […] el culto de amor y de reparación que su Corazón desea”.

286  Los nn. 23-25 sobre la “reparación” aparecen como el corazón y el vértice del conjunto de los nn. 9-39. Son un punto de llegada que irradia toda su luz sobre los números anteriores (y esto lo indica el adverbio “ainsi”: “así”, repetido al comienzo de los números 23 y 25). Tras el n. 25 retoma la tratación sobre la “misión”, sobre las tareas, sobre el estilo apostólico del Instituto (nn. 26-39). Nuestra oblación reparadora, unión a la oblación reparadora de Cristo Reparación nuestra, la vivimos en la participación en la “misión de la Iglesia” (nn. 26-34) en el mundo de hoy: es “nuestra misión” al servicio de la Iglesia y en la Iglesia.

2.2. La reparación

287  El n. 23, que nos propone una “comprensión” de la reparación, se presenta como una especie de definición densa y sintética donde nos parece reencontrar los elementos de los otros dos números que hemos citado (4 y 7).

288  Cuatro elementos y trazos generales se indican para caracterizar y organizar nuestra comprensión de la reparación: “acogida del Espíritu”, “respuesta al amor de Cristo a nosotros”, “comunión con su amor al Padre”, “cooperación a su obra redentora en medio del mundo”.

2.2.1. La “acogida del Espíritu”

289  Sin duda es la expresión más sorprendente y más nueva, y quizás también la más significativa.

290  La cita del n. 23 nos remite a la primera Carta a los Tesalonicenses (4,8), donde Pablo invita a los cristianos a no despreciar a Dios que nos “da su Espíritu” (v. 8), “de modo que plazca a Dios”, que nos “ha llamado… a la santificación” (1Ts 4,1.7). Nuestra reparación es, ante todo, esta santidad (o santificación) a la que estamos llamados como cristianos (cf. n. 13) y por la que, como religiosos, “hacemos profesión de tender a la caridad perfecta” (n. 14).

291  Siempre en la misma línea de una vida espiritual que es “acogida” y “respuesta”, antes de ser “ejercicio” y “ascesis”, nuestra santificación es, en el n. 23, felizmente caracterizada por la “acogida del Espíritu”, el Espíritu de santidad. Esta “acogida” tiene valor de reparación, antes aun de hacer cualquier consideración sobre el pecado a reparar. Ésta “gusta a Dios”: “para la Gloria y el Gozo de Dios”, dirá el n. 25.

292  Sobre todo la “acogida del Espíritu” es en nosotros la realización de esa “unión a la oblación de Cristo” (n. 26), la oblación filial, según todas sus dimensiones de amor al Padre y a los hombres. Es un amor reparador en una oblación reparadora. En fin, si el pecado es el “rechazo del amor” (n. 4), la reparación no puede ser sino reconocimiento y “acogida” del amor, del Espíritu de amor, entregado en el agua y la sangre del misterio del Costado abierto. Todo cristiano está llamado a contemplar este misterio del Costado traspasado. De esta contemplación nosotros, dehonianos, estamos llamados a ser los testigos, los profetas. La falta de atención a este misterio, que es don del Espíritu de amor, por la indiferencia de nuestro ánimo, ¿no sería para nosotros una especie de pecado contra el Espíritu?

293  La comprensión de este primer elemento de la reparación es, en realidad, el fundamento teológico y místico de los otros tres.

2.2.2. “Una respuesta al amor de Cristo por nosotros” (n. 23)

294  La expresión se hace eco del n. 4, concerniente a la experiencia del P. Dehon, y al n. 7, respecto al fin de la Congregación: se trata de dar una respuesta al “amor no correspondido” (n. 4), de “reparar […] la falta de amor” (n. 7).

295  La reparación se realiza no solo como unión en el amor, sino como intercambio de amor, un intercambio reparador y consolador.

296  Todo esto previene la objeción que se podía hacer al nuevo texto: haber modificado la perspectiva tradicional de la reparación SCJ, es decir, reparación al Corazón de Jesús, más que reparación con el Corazón de Jesús, una reparación (la tradicional al Corazón de Jesús) en la que se acentúa el consuelo.

297  En realidad el modo de presentar la reparación por parte del P. Dehon no tiene nada de exclusivo (cf. DSP 36-37, 38-41, 42-45; 234-238, 239-249, 250-251; 423-434). El P. Dehon declara explícitamente que nuestra reparación no es solo consuelo (cf. cartas al P. A. Guillaume, en M. Denis, scj: Il Progetto…, o.c., pp. 454-456, ed. it. STD 4), sino que, sobre todo, es reparación a Cristo y con Cristo.

298  Respecto a la consolación, la teología actual le reconoce un fundamento escriturístico, subrayando que el Dios de la Biblia y del Evangelio no es el Motor inmóvil de Aristóteles y de los filósofos, en el que la inmutabilidad y la trascendencia significan impasibilidad, sin ningún matiz; nuestro yo (y Cristo glorioso) es amor, un amor que se hizo vulnerable (cf. Dehoniana 3 (1980), p. 143-153, ed. it.; N.R.T., enero 1982: Le Dieu trinitaire et la Passion, y también Moltmann, Rahner, H. U. von Balthasar…; cf. Geffré, “L’amour contristé de Dieu. Nos péchés atteignent-ils Dieu?”, en La Vie Spirituele, mayo 1962, n. 483, pp. 501-522).

299  Nuestra reparación, participación en la obra de la reconciliación, es para la Gloria de Dios, pero también para su Gozo (cf. n. 25). Más allá del interés psicológico, la realidad en Dios de esta alegría o “consuelo”, suscitada en él por la acogida de su amor, así como la realidad de su “sufrimiento”, provocada en él por el rechazo de su amor, ¿serían puros antropomorfismos?

2.2.3. “Una comunión con su amor al Padre y una cooperación a su obra redentora en medio del mundo” (n. 23)

300  Estos dos motivos (de la Gloria y del Gozo de Dios), pueden y, sin duda, deben considerarse juntos, como expresión de un solo y mismo movimiento. Cristo realiza “su servicio en favor de las multitudes” (n. 10) en obediencia al Padre y como prueba de amor por Él.

301  Mediante la comunión en el amor de Cristo por su Padre, en la acogida del Espíritu se subraya la dimensión trinitaria de la reparación. Este aspecto no estaba ausente en la devoción al Sagrado Corazón y ni siquiera en la reparación propagadas por Paray-le-Monial; sino que, habitualmente, era eclipsado por ciertas presentaciones y manifestaciones más caracterizadas por la “sensibilidad” que por el sentido teológico y bíblico.

302  La presentación que encontramos en las actuales Constituciones de nuestra “devoción al Corazón de Jesús” y, especialmente, de nuestra oblación, como unión a la oblación filial de Cristo en su amor al Padre y a los hombres, nos preserva de todo riesgo “sentimental”. La expresión “reparación de amor” encuentra en esta perspectiva todo su valor teologal, en el movimiento del amor de Cristo.

303  Su amor por el Padre, Jesús lo vive y lo expresa en su obra de redención. Nuestra comunión en su amor por el Padre, la vivimos y la expresamos en la cooperación en su obra redentora en el mundo, como “servidores de la reconciliación” (n. 7).

3. Servidores de la reconciliación (n. 7)

3.1. Un “ministerio”

304  Leemos esta expresión en el n. 7 y sirve para caracterizar nuestra reparación. Esta se define en el n. 25 como nuestro “participar en la obra de la reconciliación” la cual, a su vez, es la forma de nuestra “cooperación a su obra redentora (de Cristo) en medio del mundo” (n. 23).

305  Nuestra oblación fue definida, en el n. 21, como una inserción en el “movimiento del amor redentor”, que nos hace “participantes de la gracia redentora” (n. 22). Lejos de ser una especie de excrecencia devocional, nuestra reparación deriva del núcleo mismo de la revelación cristiana, de lo “específico” cristiano, si así puede decirse.

306  De aquí la importancia y el interés para nosotros de una seria teología de la redención. Es un tratado, complejo y, de alguna manera, “evolutivo” según las épocas y expresándose en términos de satisfacción, expiación, compensación, rescate, reconciliación, restauración, recapitulación, solidaridad. Los términos se han acumulado y son todos, sin duda, para ser conservados y considerados. Si acaso, en el exclusivismo puede surgir la desviación, ese estrechamiento que, también en la espiritualidad, “extingue” el Espíritu Santo. Hay muchas gracias y carismas diferentes en la Iglesia.

307  Destacamos solo que nuestro texto habla de “remediar el pecado y la falta de amor” (n. 7). Se considera así bastante poco el aspecto expiación/satisfacción, si acaso implícitamente en los términos “reconciliación” y “purificación” (nn. 7, 25 y 29), mientras que se privilegian los términos y las ideas de “regeneración” (n. 20) “re-creación” (n. 21), “liberación” (nn. 23 y 26), “restauración” (n. 23), “transfiguración” (n. 29). Nuestro “testimonio profético”, el de la reparación, está unido al “advenimiento de la humanidad nueva [reconciliada, renovada, re-creada, liberada, restaurada, reunida, recapitulada] en Jesucristo (n. 39).

308  La Regla de Vida de 1973 afirmaba en el n. 7 que los SCJ deben ser “artífices de la reconciliación”. En las nuevas Constituciones leemos, “servidores de la reconciliación” (n. 7). El término “servidores” evita la leve nota de “suficiencia” que implica “artífice” y, sobre todo, evoca la idea del “servicio” y la figura de “Cristo siervo”. El “carisma” es un don para el servicio y también una especie de “ministerio” (no jerárquico o litúrgico). En la segunda carta a los Corintios (5,12), a la que remite el texto de las Constituciones, San Pablo habla de “ministerio de la reconciliación”. Pero “ministros de la reconciliación” suena hoy demasiado a “magistrado conciliador, a un juez de paz o algo parecido.

3.2. “Implicados en el pecado” (n. 22)

309  Debemos analizar el tema del pecado en el texto de las nuevas Constituciones, porque es evidente que no se puede hablar de “reparación” sin hablar de “pecado”. También la teología de la Redención supone por sí misma una teología del pecado.

310  Subrayamos que, en nuestro texto, la referencia al “pecado” en el que estamos “implicados” (n. 22) nos introduce al tema de la “reparación”: “Entendemos la reparación…” (n. 23); así como, tratando de la “reparación” del P. Dehon en los nn. 4-5, se pone de relieve su sensibilidad con el pecado (cf. n. 4).

311  De modo más amplio, en el n. 29, se pone de relieve nuestra sensibilidad “a cuanto en el mundo actual pone obstáculos al amor del Señor”, o sea el pecado, entendido según el n. 4, como “rechazo del amor”. Todo esto despierta en nosotros una necesidad de purificación y de transfiguración del “esfuerzo humano […] por la Cruz y la Resurrección de Cristo” (n. 29).

312  La alusión al pecado retorna de nuevo en el n. 7 como llamada a la reparación, en el n. 12 como obstáculo al triunfo de la redención, en el n. 23 como expresión de “esclavitud”.

313  Aparentemente es poco y ciertamente es necesario profundizar nuestra “sensibilidad” respecto al pecado en sí mismo, en su realidad teologal, para dar sentido y fuerza a nuestra reparación.

314  La reparación dehoniana nace esencialmente de la sensibilidad teologal al pecado. Esta sensibilidad puede despertarse y se acentúa normalmente en contacto con los “males de la sociedad” y de la “miseria humana” (n. 4); sin embargo, tiene su fuente y su profunda razón de ser en el Corazón mismo de Cristo en el Getsemaní y en el Calvario.

315  El P. Dehon obtiene el sentido del pecado de su contemplación y de su experiencia del “amor no correspondido” (n. 4) de Cristo. Lo acoge en su “sensibilidad” psicológica y, en todo caso, en su sensibilidad teológica y espiritual. Este sentido del pecado determina su concepción y su práctica de la reparación. También nuestra reparación es y debe ser “testimonio profético” (n. 39) del amor, de la realidad y del sentido del pecado, con y como Cristo durante toda su vida y en los misterios de su muerte y de su Corazón traspasado.

316  Este es el mensaje específico de Paray-le-Monial. H. Brémond destacaba y también, un poco a su modo, se lamentaba de que, entre todas las formas de devoción al Sagrado Corazón, la de Paray-le-Monial, a causa del relieve dado a la reparación, orientó (y un poco desvió, parece decir él) la devoción hacia el exterior, hacia el apostolado, a diferencia especialmente de la devoción de tipo berulliano, de carácter más contemplativo, doctrinal y místico. Es quizás simplificar un poco la historia; pero no carece de un fondo de verdad y, sin duda, de modo más profundo y esencial de lo que pensaba y expresaba H. Brémond (cf. Histoire littéraire du sentiment religieux en France, t. III, pp. 329-334).

317  En todo caso, las nuevas Constituciones presentan nuestra reparación en una auténtica línea de fidelidad dinámica. La contemplación del Corazón de Cristo en el misterio del Costado abierto es fuente inspiradora de una reparación que se inserta en el “movimiento del amor redentor” (n. 21), de un apostolado que es reparación y de una reparación que es profética y apostólica.

318  En este sentido, la expresión del n. 23 en la que estamos llamados “a vivir nuestra vocación reparadora, como estímulo de nuestro apostolado” puede parecer un poco débil e inadecuada. La reparación, en efecto, no es solo “el alma de nuestro apostolado”, ella misma es apostolado mediante el “testimonio profético” que porta en sí. En razón de su finalidad y de su carisma profético de reparación, nuestro Instituto debe ser reconocido y debe vivir realmente como un Instituto religioso apostólico.

319  Los nn. 23-25 presentan brevemente las modalidades y manifestaciones externas de esta reparación.

320  Ante todo, el anuncio o “servir al Evangelio…” participación “en la obra de la reconciliación” (n. 25), participación en la “misión de la Iglesia […] en el mundo de hoy” (nn. 26-27), tema que se desarrollará en los nn. 26-39.

321  Y también la “ofrenda de los sufrimientos sobrellevados con paciencia y abandono […] como una eminente y misteriosa comunión con los sufrimientos y la muerte de Cristo para la redención del mundo” (n. 24), ofrenda que tiene una propia eficacia misteriosa y mística, pero que es también un apostolado y un “testimonio apostólico”, no solo por los “méritos” que comporta, sino porque es una revelación de la “presencia activa del amor de Cristo”.

322  Este tema del sufrimiento reparador tiene su importancia en la tradición espiritual, especialmente en la de la devoción al Corazón de Cristo y en la de la Congregación. Los temas de la inmolación y del espíritu de víctima no se agotan, sino que encuentran una aplicación muy especial.

323  La cita de la carta a los Colosenses (1,24), anexa al n. 24, evoca, según los exegetas, no los sufrimientos expiatorios de Jesús, sino las pruebas unidas a la predicación del Evangelio (cf. TOB/III, nota a, p. 626). La interpretación agustiniana que extiende a todos los cristianos la vocación a sufrir en comunión con el Señor y a beneficio de la comunidad eclesial (cf. TOB/III, nota a, p. 626), conserva toda su importancia si la comunión con Cristo en el sufrimiento es anuncio del Evangelio, testimonio del amor operante, para superar y eliminar la realidad del pecado.

324  La reparación mediante el sufrimiento es en sí misma una eminente cooperación en la redención en medio del mundo, participando en la misión de la Iglesia.

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