El Adviento con el Padre Dehon, 3ª Semana
11 de Diciembre – El Magníficat, expresión del agradecimiento de María
Magnificat anima mea Dominum, et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo. Quia respexit humilitatem ancillæ suæ: ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes (Lc 1,46-48).
“Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva; he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1,46-48).
Primer Preludio. Escucharé la espléndida manifestación del agradecimiento de María mientras llevaba a Jesús en su seno, el Magníficat, que se ha convertido en el himno de acción de gracias de la Iglesia.
Segundo Preludio. ¡Oh Jesús, no permitáis que entristezca por más tiempo vuestro Corazón con mi ingratitud!
PRIMER PUNTO: El Ejemplo de María y de los Santos
Es el cántico de acción de gracias de María el que meditamos hoy. Este cántico marca sus disposiciones habituales. Es a María misma a quien su pariente acaba de alabar y felicitar. Isabel, sintiendo la gracia que se derrama sobre los labios de María y advertida por los saltos de Juan el Bautista, exclamó por un movimiento del Espíritu Santo: “¿Bendita tú entre las mujeres, y de dónde a mí que venga la Madre de mi Señor a visitarme?” [Lc 1,42-43].
Pero María solo piensa en su Dios. Canta su cántico de reconocimiento: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador”.
Toda sumida en su humildad, devuelve a Dios todas las alabanzas que se le dan. Se la trata de Madre de Dios, pero ella solo se mira y quiere ser mirada como su sierva. Protesta con acción de gracias que es Dios quien ha hecho todo en ella; proclama la santidad del nombre de Dios, la extensión de su poder y la grandeza de sus misericordias. Así, su himno de acción de gracias se ha convertido en la expresión ordinaria del reconocimiento de los fieles.
Ella se inspiraba en el espíritu de Jesús. Él mismo quiso que las efusiones de su agradecimiento hacia el Padre fueran señaladas en el Evangelio, notablemente antes y después de la Cena eucarística, la maravilla del amor de su Padre hacia nosotros.
Los santos se prodigaban incesantemente en acciones de gracias. Tenemos la prueba de esto en la Sagrada Escritura. De Tobías se dice que daba gracias al Señor todos los días de su vida (cf. Tb 2,14). David exclamaba: “¿Qué pagaré al Señor por todos los bienes que me ha hecho?” (Sal 116,12). Él mismo se excitaba al reconocimiento: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Sal 103,2). Y pasaba revista a los innumerables beneficios de su Dios: Perdona nuestros pecados, cura nuestras enfermedades, nos corona con sus misericordias: “coronat te in misericordia et miserationibus” (Sal 103,4). Los Salmos son a menudo himnos de acción de gracias.
San Pablo decía: Demos gracias a Dios sin cesar (cf. 2 Ts 2,14 cf. 2,13); y de nuevo: Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús para con vosotros (1 Ts 5,18).
SEGUNDO PUNTO: Es una Deuda del Corazón
El reconocimiento es una deuda que contraemos tan pronto como recibimos un beneficio. Sería una injusticia no pagar esta deuda o no reconocerla.
El reconocimiento es una virtud que nos lleva a Dios para reconocer que todos los dones nos vienen de Él y para alabarlo y agradecerle con nuestras palabras y con nuestras obras.
Es un sacrificio, es la hostia de alabanza, que es agradable a Dios y que nos atrae nuevos beneficios.
¿No son innumerables los motivos que nos imponen este reconocimiento? Nuestro Dios nos sacó de la nada, le debemos el ser y la vida; esta vida entera deberíamos consagrarla al reconocimiento.
¿Y Nuestro Señor no nos ha dado la vida de la gracia? ¿No se revistió de nuestra carne para sufrir y morir, a fin de merecernos la vida de la gloria? Pensemos en Belén y en sus aniquilamientos, en Nazaret y en sus trabajos, en la vida apostólica de Nuestro Señor, en Getsemaní y en el Calvario. Pensemos en la Eucaristía, en el Bautismo, en el sacramento de la Penitencia.
¿No ha recibido cada uno de nosotros también gracias especiales? Nuestro Señor nos ha soportado en nuestras faltas, ha esperado nuestra conversión, nos ha llamado a una vocación de elección. Y sin embargo, nuestra memoria lo olvida, nuestro espíritu no piensa en Él, nuestro corazón está frío y nuestra boca calla, en lugar de estallar en acciones de gracias.
TERCER PUNTO: Las Cualidades y Condiciones del Reconocimiento
Nuestro reconocimiento debe ser sobre todo afectuoso, lleno de ternura y de amor. ¿Podríamos amar demasiado a Aquel que nos ama con un amor tan paternal y que nos colma de tantos beneficios?
Nuestro reconocimiento debe ser continuo. Debe manifestarse desde nuestro despertar, al primer sonido de las campanas, que recuerdan el mensaje del ángel Gabriel a María; después de una empresa coronada de éxito, después de las comidas, al saber de una noticia feliz y agradable, incluso en medio de la tribulación y las adversidades — ¡la cruz es tan preciosa para purificarnos y merecernos gracias! Hagamos que nuestra vida sea una acción de gracias continua.
¿He practicado esta virtud hasta ahora? ¿Ha pensado mi mente en ella tan a menudo como debía? ¿Está mi corazón penetrado por ella? ¿Habla mi boca de ella a menudo? ¿Ofrece a mi Dios los sacrificios de alabanza que Él espera de mí?
Oigo resonar las quejas tan conmovedoras expresadas por Nuestro Señor a la Beata Margarita María: “De la mayoría solo recibo ingratitudes, por los desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdades que tienen por mí en el sacramento de mi amor… La ingratitud de los hombres me es más sensible que todo lo que he sufrido en mi pasión.”
Propósitos. – ¡Oh Dios mío, inflamad mi corazón de reconocimiento y de amor por Vos! Quiero que mi memoria y mi pensamiento se dirijan a menudo hacia Vos y que mi corazón os diga su reconocimiento por la mañana, por la noche, en las horas de examen, después de los acontecimientos felices e incluso después de las cruces, que son dones de vuestro amor para purificarme y santificarme.
Coloquio con María diciendo su Magníficat.



