18 diciembre 2025
18 dic. 2025

El Adviento con el Padre Dehon, 4ª Semana

Para la cuarta y última semana del Adviento de 2025, leemos la meditación del Padre Dehon sobre el Corazón de Jesús. Data del 18 de diciembre de 1919 y está tomada de su obra espiritual El Año con el Sagrado Corazón (L’Année avec le Sacré-Cœur).

de  Leo John Dehon, SCJ

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18 de Diciembre – La Espera de María

«Hæc autem eo cogitante, ecce angelus Domini apparuit in somnis ei, dicens: Joseph, fili David, noli timere accipere Mariam conjugem tuam; quod enim in ea natum est, de Spiritu Sancto est.» (Mt 1,20)

“Mientras José pensaba en estas cosas (inquietantes), el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas tomar a María, tu esposa, porque lo que en ella es engendrado, es del Espíritu Santo.” (Mt 1,20)

Primer Preludio. Considero a María llevando a Jesús en su seno y a Jesús viviendo en el seno de María.

Segundo Preludio. ¡Oh María, dadme a mi Salvador y enseñadme a vivir como vos en unión con Él!

PRIMER PUNTO: Rol de María antes del Nacimiento del Salvador

Consideremos con amor a la Divina Madre del Salvador en sus días de espera. Ella es la digna depositaria del depósito más rico y santo que jamás existió. Ella es el carro preciosísimo que lleva en su seno al Rey de reyes.

Ella es el lecho de honor, el lecho de delicias donde reposa el Esposo de las vírgenes, el Esposo de las almas santas y de toda la Iglesia: «Currus Israël» (2 Re 2,12); «En lectulum Salomonis» (Cant 3,7).

Ella es el templo más augusto que fue y que jamás será; el altar sagrado donde se ha colocado un Dios inmortal, revestido de la carne que toma prestada de su madre: «Sanctificavit tabernaculum suum Altissimus» (Sal 46,5).

Ella está verdaderamente llena de gracia, como proclamó el ángel: «Ave gratia plena».

Ella lleva en su seno a Aquel a quien el apóstol saluda como lleno de gracia y de verdad: «Plenum gratiæ et veritatis» [Jn 1,14].

Ella lleva la plenitud de la gracia, la esperanza de todos los hombres y su salvación próxima.

Vayamos a este augusto tabernáculo y roguemos a María que nos haga propicio a este Dios Salvador que ella lleva en su seno y que va a dar a luz para la salvación del mundo.

Ella es como la Aurora, que lleva el sol de justicia hasta su amanecer. Roguémosle que produzca cuanto antes esta luz eterna, que debe iluminar a todos los hombres en los caminos de la justicia y de la salvación.

Ella es la zarza ardiente, de la cual Moisés vio la figura. Las llamas de su amor y de su fervor rodean a su Dios y no flaquean ni por un instante. Ella lleva con alegría y sin fatiga su carga celestial y gloriosa. Ella misma es espiritualmente llevada por la gracia y la virtud divina de Aquel a quien lleva en su seno. «Portans a quo portabatur» (San Bernardo).

Ella es sobre todo Madre y como tal dirige todos sus pensamientos, todos sus afectos, hacia el fruto de sus entrañas. Ella piensa en las palabras del Ángel Gabriel: «Cogitabat qualis esset ista salutatio» [Lc 1,29]; piensa en las profecías, en las promesas, en el reinado del Salvador, en la pasión del Redentor: «Conservabat omnia verba hæc in corde suo» [Lc 2,19].

Sus ojos no se agotan de lágrimas, su corazón está todo ardiendo de amor.

Ella es Madre y como tal forma de su sangre la sangre de su Hijo. Los latidos de su corazón imprimen el movimiento a ese corazón infantil, que se forma y que aprende a vivir.

SEGUNDO PUNTO: Jesús Viviendo en María

El corazón de María era, por lo tanto, el propio Corazón de Jesús durante este período. De ahí su gran santidad, de ahí la necesidad de la Inmaculada Concepción. Este corazón, que debía ser el Corazón de Jesús, no podía haber pertenecido al demonio. De ahí la gran fuerza de intercesión de María. ¿Cómo podría Nuestro Señor rehusarle disponer de su sangre y del precio de esa sangre, ella que la puso en Sus venas y la hizo circular allí, ella que imprimió a Su Corazón sus primeros latidos? Recurramos, pues, a María con entera confianza. Pidamos y recibiremos.

Y Jesús, ¿qué hacía Él en el seno de María? Era el Verbo divino que se hizo mudo. Su discípulo amado, Juan, habló de la doble generación del Verbo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios. El Verbo era Dios como el Padre celestial, que lo engendró desde toda la eternidad. Por medio de este Verbo todas las cosas fueron hechas; este Verbo era vida y el principio de la vida; Él era la luz de todos los hombres. Finalmente, este Verbo se hizo carne por amor a los hombres. Quiso ser engendrado en el seno de una virgen por obra del Espíritu Santo.”

Él santificaba a su madre, así como desea santificarnos habitando espiritualmente en nosotros.

TERCER PUNTO: La Suprema Humildad de Jesús

Jesús estaba allí, la inmensidad encerrada en un espacio estrecho. La inmensidad divina lo llena todo. Los espacios no pueden ni contenerla ni encerrarla. La sabiduría pagana misma conoció esta prerrogativa divina. Es por Su amor infinito por los hombres que Nuestro Señor quiso poner límites a esta inmensidad. Encerró en este pequeño cuerpo de niño todos los abismos de la ciencia y de la sabiduría, todas las luces de la divinidad.

Este pequeño Corazón de niño se convirtió en la sede del amor divino, de todos sus divinos ardores, capaces de abrazar todos los corazones.

El Dios hecho hombre, el Creador hecho criatura, está reducido a este anonadamiento. El Verbo está allí, creador de este universo y de todas las criaturas visibles e invisibles. Creó todas las cosas con una sola palabra y jugando: «Ludens in orbe terrarum» [Prov 8,31]. Creó a los hombres de la nada para hacer de ellos Sus imágenes, para recibir sus homenajes y su amor, y por un nuevo prodigio de Su bondad, se hace criatura con ellos para salvarlos.

¡Qué ejemplo de caridad y humildad!

Oración y Propósitos. – Sed alabada, sed bendita, ¡oh María, sagrario sagrado que lleváis al Salvador!: “Bienaventurado el vientre que llevó a Cristo y los pechos que lo amamantaron” (cf. Lc 11,27). Mostradnos pronto el rostro del Salvador (Sal 80,4.8.20). Cielos, abríos para dejar descender con el Salvador el rocío de la gracia en nuestros surcos (Is 45,8). Tierra mística, produce el lirio de Jesé. – ¡Ven, Señor Jesús, ven!

Coloquio con María: Le rogaré que me prepare en todos estos días para las gracias de la Navidad.

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