Para la primera semana de Adviento, compartimos con usted una meditación del Padre Dehon sobre el tema de la vigilancia. Este texto es la meditación del 27 de noviembre, tomada de su obra, "El Año con el Sagrado Corazón" (1919).
27 de noviembre – Sobre la vigilancia
De die autem et hora nemo scit, neque angeli cœlorum, nisi solus Pater; sicut autem in diebus Noe, ita erit et adventus Filii hominis; sicut enim erant comedentes et bibentes… Vigilate ergo quia nescitis qua hora Dominus vester venturus sit (Mt 24,36-38.42).
Nadie sabe el día ni la hora, ni siquiera los ángeles, sino solo Dios; como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Los hombres de entonces comían y bebían sin preocupación… Velad, por lo tanto, porque no sabéis la hora en que vuestro Señor vendrá (Mt 24,36-38.42).
Primer Preludio. Nuestro Señor mismo concluye su discurso con una exhortación a la vigilancia.
Segundo Preludio. Señor, haz que yo no merezca el reproche de no haber podido velar una hora contigo.
PRIMER PUNTO: Hay que velar para imitar a Nuestro Señor y seguir sus consejos. – Nuestro Señor, después de habernos exhortado al temor filial y a la confianza, también nos recomienda la vigilancia. Es la bondad de su Corazón lo que lo apremia. Lo hace por nuestro bien y por amor a nosotros, pero también por el interés de la gloria de su Padre.
¿No nos ha dado Él el ejemplo de la vigilancia más asidua? Cuando el demonio vino a presentarle sus tentaciones en el desierto, ¿qué estaba haciendo? Velaba y oraba. Por eso, solo tuvo que repetir al demonio algunos de los pensamientos que había meditado: «Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre…» – «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». – «Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y solo a él servirás» [cf. Mt 4,6-25.].
Así es como siempre tendremos una respuesta lista para el tentador, si tenemos la costumbre de la vigilancia y de la oración.
¿No nos dicen los Evangelios cuán habituales eran la vigilancia y la oración para Nuestro Señor? «Se fue a un lugar desierto y allí oraba» (Mc 1,35). «Se retiró a un monte y allí prolongaba su oración en la noche» (cf. Mt 14,23, Lc 6,12).
La vigilancia de David había prefigurado la del Salvador: «Yo he velado,» decía el salmista, «y me quedé solitario como un gorrión» (cf. Sal 102,8). En el Huerto de la Agonía, en la lucha suprema contra las debilidades de la naturaleza humana, ¿no es a la vigilancia a la que pidió la victoria? Veló y oró con perseverancia, a través de todas las angustias y todas las pruebas del temor y del espanto, y encontró en esta vigilancia su fuerza y su consuelo. De ella sacó la valiente resolución de ir al encuentro de la muerte por nuestra salvación.
En esa misma circunstancia, ¿no fue la vigilancia lo que recomendó a sus apóstoles, como el medio para ellos de escapar a las tentaciones y al desánimo? «Velad y orad,» les decía, «para que no cedáis a la tentación». Les reprochaba no perseverar en la vigilancia y la oración: «¿Así que no pudisteis,» les decía, «velar una hora conmigo?» [cf. 26,40 s.] – La vigilancia era la disposición habitual del Corazón de Jesús.
Por lo tanto, hay que velar, y velar con Jesús.
También lo recomendó mediante diversas parábolas. Por la del padre de familia que está en guardia contra los ladrones… Por la de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, donde la salvación es la recompensa de la vigilancia.
SEGUNDO PUNTO: Hay que velar para agradar a Nuestro Señor y salvar nuestra alma. – Velemos, pues, para agradar a Nuestro Señor, para alegrar su Corazón, para acordarnos de él que es nuestro amigo, para servirle fiel y delicadamente.
Velemos para salvar nuestra alma, a la que tanto aprecia Nuestro Señor. Velemos, si amamos a Nuestro Señor, para conservar su presencia en nuestra alma y nuestra unión con su divino Corazón. ¿No es acaso su gracia, su amistad, el más precioso de los tesoros?
¿No es extraño que los hombres sean tan celosos y tan vigilantes por sus intereses temporales, para satisfacer su avaricia o su ambición, y que lo sean tan poco en adquirir y conservar el más precioso de los tesoros: la gracia, la amistad de Nuestro Señor, su presencia en su alma?
Velad porque estáis rodeados de peligros: peligros por parte del demonio, peligros por parte de las criaturas, peligros por parte de vuestras pasiones.
Escuchad a San Pedro, que había conocido las graves consecuencias de la falta de vigilancia. «Hermanos míos,» decía, «sed sobrios y velad, porque vuestro enemigo, el diablo, ronda como un león buscando a quién devorar. Resistidle permaneciendo firmes en la fe (y en la caridad)» (cf. 1 P 5,8-9).
TERCER PUNTO: Cómo hay que velar. – En la práctica, ¿cómo velaremos? – No nos dormiremos en ninguno de nuestros deberes. No nos perdonaremos la pérdida de un solo momento de nuestro tiempo. Nuestra vigilancia se extenderá sobre nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras palabras, nuestras acciones.
Volvámonos vigilantes como era el rey David, que podía decir: «Dios mío, yo velo desde el primer instante del día para pensar en ti, aspiro hacia ti, mi alma arde con una sed ardiente por ti, mis propios sentidos están bajo la impresión de tu presencia» (cf. Sal 63,2). Y también: «Olvidé incluso de comer mi pan, para pensar en ti, velo durante la noche para meditar tus grandezas y decir tus alabanzas» (cf. Sal 102,5).
¡Pero también a qué virtud se elevó este santo rey por su vigilancia! Pidamos como él esta virtud, ya que sentimos que nos falta: «Mi alma se ha dormido en la tibieza, fortaléceme, Señor, con tus palabras» (cf. Sal 119,28).
«Yo duermo, pero mi corazón vela,» dice la Esposa del Cantar [cf. Cant 5,2], es decir, que incluso en medio de las ocupaciones comunes – descanso, trabajo, comida – conservo la impresión de la presencia de Dios.
«El sabio entrega su corazón a la vigilancia desde la mañana» (Eclesiástico 39,6). Debemos entregarnos, apegarnos a la vigilancia por el pensamiento y por el corazón.
Resoluciones. – Velar desde la mañana. Velar y orar. Velar sobre los propios pensamientos, palabras, acciones. – «Velad,» dice San Agustín, «por la fe, por el corazón, por las obras» (De verbo Dei). – Velemos como amigos, como discípulos del Corazón de Jesús.
Coloquio con Jesús recomendando la vigilancia.


