La esperanza y el hombre
Este Año Jubilar nos exige una actitud de espera. Los seres humanos somos seres que esperamos. La esperanza es uno de los elementos que da vitalidad a nuestra vida. Sin esperanza no podríamos entenderla. La esperanza es algo anterior a cualquier línea de orientación ideológica que tengamos. Preguntarnos por ella es, en el fondo, preguntarnos por el valor y el sentido de la existencia humana. (Las tres preguntas de Kant: ¿Qué puedo saber?; ¿qué debo hacer?; ¿qué me cabe esperar?) Laín Entralgo escribe: «Lo primero que debe afirmarse acerca de la esperanza es la hondura y la universalidad de su implantación en el corazón del hombre».
Podemos constatar la esperanza en todos los ámbitos de la vida del ser humano: en el simplemente biológico (la expectativa de un crecimiento sano), en el intelectual y afectivo (de lo más material como la comida a lo más espiritual como la paz).
Vistas así las cosas, la esperanza es consecuencia de la expresión inmediata de la historicidad del hombre, de su situación existencial. Antiguamente se designaba a esto «estado de vía» (status viatoris) y se llamaba al hombre peregrino o viator. El término opuesto correspondiente es el «status comprehesoris». Quien ha alcanzado algo ya no es viator, sino comprehesor. Es un término fundamental de la vida cristiana. (El diablo ha perdido su capacidad de ser viator).
Este «estar en camino» entraña, por su misma naturaleza, la orientación a una meta a conseguir, así también negativamente, el no haberla alcanzado todavía. Se trata de caminar hacia la felicidad. No dejamos de estar en esta tesitura hasta la muerte, antes de la cual no hay nada definitivo. En ese momento, lo que es revocable se torna irrevocable, de manera que tanto que la consecución del fin como la no-consecución pasan a ser definitivas. Mientras tanto, este «todavía-no» en el que vivimos, es más que un «no», pero, al mismo tiempo, menos que un «sí», de modo que le corresponde, como actitud humana en consonancia, la esperanza. Casi se podría decir que no sólo es bueno para el hombre el esperar, sino que su misma existencia, en cuanto criatura, está estructurada bajo el signo de la esperanza. (Idealismo se deja el estado viatoris – Filosofía existencialista niega el camino, es una condición siempre la misma).
La esperanza es lo que nos pone en movimiento, lo que hace posible el progreso y el avance en la vida del hombre: todos los descubrimientos, los empeños, los sacrificios, en definitiva, las opciones que vamos tomando en la vida son motivadas por una esperanza. Por eso la esperanza es un dinamismo orientador. Durante el adviento leemos el capítulo 40 de Isaías: «Los que confían en Yahvé renuevan sus fuerzas y echan alas como de águila y vuelan velozmente sin cansarse y corren sin fatigarse».
La esperanza, virtud teologal
Al lado de esta perspectiva, que muestra la esperanza como algo natural, es preciso señalar también que la esperanza es una virtud teologal, es decir, respectiva a la realidad divina. El hombre no está «en orden» simplemente por el hecho de que espere alcanzar una vejez feliz o de que sus hijos lleguen a la madurez, o bien porque espere en la paz del mundo o en que la humanidad aleje de sí el propio aniquilamiento. No hay nada que oponer a ninguna de tales esperanzas. Pero la esperanza con mayúscula solamente llega a ser virtud cuando está orientada hacia una salvación que no se da intrahistóricamente, en el mundo, cuando es plenitud del ser humano.
El teólogo alemán Jürgen Moltmann captó muy bien que la teología cristiana ha de ser una teología de la esperanza. Muy bien podríamos llamarla también una teología de adviento.
Dentro de la estructura de las virtudes teologales, la esperanza sigue a la fe y precede al amor. Sin fe es inconcebible la esperanza: si no creemos ni confiamos en Dios o en cualquier persona, resulta dificultoso que esperemos en ella o de ella algo. El amor es fruto también de una esperanza, aunque sea una esperanza de encontrar beneficio propio y de amarse a uno mismo (eros). La verdadera esperanza es desinteresada y da como fruto un amor desinteresado (caridad). Según Rom 5,5, la esperanza está fundada en el amor, que lo cree todo, que espera y aguanta sin límites.
La esperanza en la Biblia
Los griegos reconocían la esperanza, pero estaban prevenidos contra la inseguridad de la misma: podía ser tanto favorable como funesta. La desconfianza y el escepticismo no les dejaba ir más allá, les atenazaba, por lo que consideraron el recto juzgar (frónesis) como verdadero principio orientador.
Por el contrario, la esperanza en la Biblia tiene ya de antemano un matiz positivo: es esperanza del bien y de la salvación, y se aproxima en sumo grado al concepto de confianza. En el Antiguo Testamento, la vida del hombre piadoso está basada fundamentalmente en la esperanza en todas las situaciones, no sólo en la dificultad. Sobre todo en los salmos se aprecia como el hombre se sabe dependiente de Dios: su futuro no es independiente. Dice el salmo 37: «Descansa en el Señor y espera en él; encomienda tu camino al Señor». Y el salmo 40: «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor». Job afirma: «Aun cuando me diera la muerte, esperaré en Él». Para los israelitas el presente y el futuro encuentran en Dios su fundamento; por lo cual, se vuelven inseguros cuando el hombre intenta adueñarse de ellos por iniciativa propia. Hay, pues, falsa esperanza cuando no se confía en Dios, sino en aquello de que se dispone: la riqueza, el poder, la posesión religiosa.
La esperanza de Israel es también comunitaria (esperanza comunidad religiosa) (Henri de Lubac: El aspecto social del dogma). Israel espera que su Dios actúe en esta tierra. Es una promesa de fidelidad. Paulatinamente, la esperanza en una ayuda para la situación de cada momento se va transformando en una esperanza de ayuda escatológica que pondrá fin a toda necesidad.
Será especialmente S. Pablo quien nos hable en el Nuevo Testamento de la esperanza. La esperanza del cristiano está personificada en el mismo Jesucristo. «El mismo Cristo en medio de vosotros es la esperanza de la gloria» (Col 1,27). (Tres venidas de Cristo). (La oración de la Iglesia siempre termina siempre con esperanza diciendo: Por Jesucristo Nuestro Señor). «Nosotros somos el cuerpo de aquella cabeza en la que ya se ha realizado en plenitud lo que nosotros esperamos» (San Agustín). La salvación ya se ha hecho presente, aunque, bajo otro aspecto todavía está pendiente. Es la situación del tiempo intermedio. La esperanza significa entonces esperar aquello que, en el futuro, realizará Dios en Jesucristo y que no se reduce a esta vida: es un don escatológico. La encarnación es el fundamento de este futuro, porque sabemos que Dios ya ha estado con nosotros. El mismo Espíritu que hizo posible la encarnación cumpliendo todas las expectativas, es el que nos ofrece como don la esperanza para que colmemos las nuestras. El Espíritu es quien mantiene la unidad de la esperanza por los siglos.
La fe cristiana nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea fatigoso, se puede vivir y aceptar porque lleva hacia una meta, porque podemos estar seguros de esa meta y porque esta meta es tan grande que justifica el esfuerzo del camino.
Los elementos de la esperanza
La esperanza abarca tres características: la espera, la expectación del futuro, la confianza.
- La espera siempre es costosa. Nos cuesta esperar, porque siempre estamos agitados. La espera supone una calma que nos muestra el vacío y eso nos da pánico. La espera supone no depender de mí, de mi tiempo interno, sino del tiempo interno de los demás. Es espera de alguien, ponerse en cierto modo en las manos del otro. ¿Seríamos capaces de aguantar una espera eterna? Pues lo que es claro es que nuestra esperanza es la vida eterna. (Dificultades con esta expresión: vida como la que conocemos difícil como la nuestra y eterna interminable) La vida eterna es la vida en sentido pleno, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría.
2. La expectación viene dada por lo que va a suceder (ejemplo de la publicidad: faltan dos días). Algo grande que nos cause sugestión. Estar expectante supone el ir y el obligarnos a ponernos en camino. Aquí interviene de modo espléndido la curiosidad. Según Aristóteles es la madre de la filosofía de la ciencia. Pero la expectación puede traernos la desilusión: no era para tanto. Crear una falsa expectación puede ser doloroso para el otro. Puede crearnos un problema y por último una desafección.
3. Por la confianza sabe el cristiano que «su esperanza no será confundida» (Rom 5,5). No ser engañados en la vida es lo fundamental (Argumento ateo contra el cristianismo). Sabemos que en este mundo no hay nada definitivo, pero que existe una certeza segura y positiva que es la Navidad. El juicio final es fuente de esperanza, porque sabemos que estamos en las manos de quien nos ha salvado.
Las características de la esperanza
1. Juventud: La esperanza siempre es joven, porque Dios es más joven que todos. Es remozamiento. A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas diferentes según los periodos de la vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra (amor, una profesión). Sin embargo, cuando estas esperanzas no se cumplen, se ve claramente que esto no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Necesitamos tener esperanzas grandes o pequeñas, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar a todo lo demás, aquellas no bastan. La esperanza natural suele ir debilitándose conforme va pasando la juventud, tiempo en el que tenemos mucho futuro y poco pasado. Lo contrario sucede con la esperanza sobrenatural, que da pie a una juventud más profunda y a una vejez que tiene por delante una medida inagotable de futuro. Decía San Pablo: «Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día (2Co 4,16).
2. La paciencia significa saber aguardar. Según el Antiguo Testamento la esperanza del hombre piadoso consiste en mantenerse quieto y esperar en Dios: «Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma, vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos» (Is 30,15). Paciencia es saber dar tiempo a las cosas. Las cosas buenas necesitan tiempo y empeño, que nada crece sin tiempo ni dedicación. La paciencia tiene que ver con el esmero, con poner ternura y amor en cada cosa que hacemos. La paciencia es también una característica de Dios que tiene paciencia con nosotros. Así como él es paciente con nosotros, nosotros debemos ser pacientes con los demás.
3. El temor de Dios: es uno de los dones del Espíritu Santo. A veces se nos dice que no es digno que el hombre sienta temor (estoicos – educación). En el libro de Job se dice en sentido negativo: «Ha llegado a no temer nada». El de los Proverbios: «El sabio siente temor y se aparta del mal». Temor no es sólo un respeto o veneración. Se trata del temor ante una posible separación de Dios por culpa propia, cuya posibilidad real siempre está ahí; temor que incluye la natural angustia ante la aniquilación, ante el estar cara a cara con la nada, porque todo ha sido creado de la nada. (Ejemplo del vértigo del pertiguista). Nuestro temor ante Dios es un temor filial, no de siervos angustiados por causa de una pena. El ángel le dice a María: «No temas». El misterio de la Navidad está como envuelto en esta atmósfera de temor que asegura la autenticidad de la esperanza. El salmo dice: «Esperan en el Señor los que le temen».
La falta de esperanza
Existen dos formas de falta de esperanza, que niegan el «estar en camino» como característica de la existencia humana.
- La presunción, que es la anticipación antinatural del fin. (Von Balthasar llama al pecado una anticipación temporal, ir por delante de la hora) Provoca la inoportunidad. Nos hace ser infantiles e inmaduros. Queremos hasta tal punto estar seguros que nos vendemos al moralismo natural, como si de nuestras fuerzas dependiera todo (pelagianismo). «Perversa seguridad» lo llamaba San Agustín. O al revés, que Dios nos salva seguro sin nuestra libertad (protestantismo).
2. La desesperación, que anticipa también el fin, pero referido a una no-consumación. Nos hace ser personas decrépitas. Cuando hoy hablamos de desesperación pensamos la mayoría de las veces en un estado anímico en el que se recae, casi contra la propia voluntad. Pero no es algo en lo que se recae, sino algo que el hombre pone y tiene diversos grados de profundidad. Desesperarse es desgarrarse, contradecirse, descorazonarse. Llevado al extremo, supone la negación de la salvación, de la vida eterna. Frente a Cristo, el que desespera se obstina afirmar la inexistencia del camino hacia él. La pereza o acedia contiene también la semilla en forma de «da igual»: ¿para qué? es la pregunta que nos hacemos. Esta forma de ver las cosas nos lleva a la triste parálisis, a ser tristes personas vagabundas: el desesperado no quiere ser él mismo. La desesperación no es el pecado más grave, pero tal vez el más peligroso (ir a la deriva). En último término significa un cerrar la puerta de nuestra vida, un pecado contra el Espíritu.
Lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza
La oración es la mejor escuela de esperanza. Es siempre un lenguaje de esperanza y un ejercicio de deseo. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si no esperamos nada, ¿para qué rezar? Por la oración mantenemos abierto el mundo a Dios. Con esto toma sentido esa frase del Evangelio: «Es preciso orar en todo tiempo sin desfallecer».
El actuar y el sufrir también son momentos de esperanza. Ésta aparece en toda su radicalidad en el testimonio del martirio. El mártir espera una salvación no en este mundo, sino en la vida eterna; no obstante no profiere ninguna amenaza contra la creación de Dios. Además mantiene la serenidad ante un final catastrófico. Nosotros sin llegar al martirio, podemos ofrecer las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido. La reparación es el mayor acto de esperanza que nuestros carismas nos piden.
Educarnos en la esperanza es algo hoy y siempre conveniente que debemos fomentar. El mensaje cristiano no es sólo «informativo», sino «performativo»: no es sólo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. ¡Quien tiene esperanza vive de otra manera! (ejemplo de Josefina Bakhita y Erich Fromm: hacer cada cosa como si fuese la última). No podemos dejarnos vencer por la desesperanza, por la desconfianza en Dios y en el hombre. Dios siempre ha creído que la humanidad tiene futuro, que puede y debe seguir caminando. Si algo trajo Jesús al mundo fue la esperanza, la certeza de que Dios no nos ha dejado solos, de que se preocupa de nosotros.