22 agosto 2022
22 ago 2022

Expresiones académicas de la sinodalidad en la dinámica del carisma dehoniano

El autor fue profesor universitario y explica la relación entre el carisma dehoniano, el mundo académico y el sínodo.

de  Joseph Famerée, scj

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Según una etimología muy extendida (también recogida por el CTI), “sínodo” viene del griego “sun” (“con”) y “hodos” (“camino”), de ahí el significado de “camino con, juntos”. La bellísima y rica retórica de “caminar juntos” puede utilizarse, por supuesto, en la práctica de la sinodalidad, pero no parece ser ésta la etimología correcta de la palabra griega “sínodo”, que equivale al latín concilium (con-calare, llamar con, convocar; ek-klèsia). “Sínodo” viene, no de “sun” y “hodos” (espíritu áspero en griego), sino de “sun” y “oudos” u “odos” (espíritu suave en griego), que significa el “umbral” (de una vivienda), el paso que hay que cruzar si se quiere convivir o reunirse para intercambiar, debatir, discutir, etc. La palabra sunodos designa, pues, todo tipo de asambleas, reuniones o coloquios, en los que las personas se reunían para escucharse, compartir y decidir (como en la asamblea de Jerusalén, Hechos 15). “Sínodo” significa, pues, cruzar el umbral de un lugar para detenerse, reunirse y hacer un balance juntos. Ser, vivir, hablar juntos tiene prioridad sobre el hacer juntos. Prefiero entender el sínodo y la sinodalidad en este sentido primario de asamblea, intercambio y consulta (como un consejo, además).

En esta última perspectiva, ¿cuáles son los “valores” o “cualidades” sinodales? Aunque parto de una etimología diferente, estoy de acuerdo con algunas de las “virtudes” sinodales identificadas por el P. Marcial Maçaneiro, “virtudes” que también son dehonianas según nuestras Constituciones: comunión y Sint unum (Cst 32, 63, 65, 66), solidaridad (Cst 29, 38), fraternidad (Cst 18, 28, 63, 65), dejarse interpelar en comunidad (Cst 61, 66), discernir la voluntad de Dios en comunidad (Cst 35, 72), diálogo y corresponsabilidad (Cst 55, 67).

Estas actitudes, sobre todo las tres últimas, más precisas y concretas, me parecen especialmente favorables e indispensables para practicar una verdadera sinodalidad en las comunidades religiosas, pero también en cualquier sector de actividad, como la universidad.

Sin ser exclusivamente dehonianas, estas actitudes (cuya finalidad de comunión y fraternidad no debe ser olvidada) deben ser desarrolladas, por supuesto, especialmente por un dehoniano en su ámbito de apostolado.

En la universidad, un profesor dehoniano estará por tanto especialmente atento, a través de sus cursos, seminarios y supervisión de tesinas/tesis, a fomentar en sus alumnos una actitud de (auto)cuestionamiento (dejarse cuestionar por las personas, los hechos, etc., aceptando el debate con los demás, que es además la base del enfoque científico que se enseña en la universidad), una actitud de diálogo y corresponsabilidad en el trabajo del alumno y, fundamentalmente, en su propio trabajo (dejarse cuestionar por las personas, los hechos, etc., aceptando el debate con los demás, que es la base del enfoque científico que se enseña en la universidad), una actitud de diálogo y corresponsabilidad en el trabajo de los alumnos y, fundamentalmente, en el discernimiento de la verdad, una capacidad de reunirse y consultar para resolver problemas comunes, y dar personalmente el ejemplo de lo que quiere fomentar en sus alumnos.

Un profesor universitario también está obligado a participar en numerosas reuniones (colegiales) de consulta o de deliberación previstas institucionalmente, ya sea a nivel de una facultad o de la universidad en su conjunto: consejo de facultad, comisiones de enseñanza, deliberaciones de exámenes, etc. Un dehoniano también estará especialmente atento a vivir estos “valores sinodales” que le son queridos y a promoverlos entre sus colegas, ya sea en las relaciones personales o promoviendo nuevas reglas para un funcionamiento más sinodal (colegial) de estas instituciones.

Más aún si el profesor dehoniano es, por ejemplo, decano de una facultad, y ejerce así una función de gobierno que le permite influir más directamente en el funcionamiento sinodal (colegial) de la institución académica en todos sus niveles.

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