24 octubre 2020
24 oct. 2020

Amarás al Señor tu Dios

de  Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj

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El Evangelio de Mateo 22, 34-36 nos presenta a Jesús saliendo de otro problema que le presentan los fariseos: ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? ¿Hay que cumplir los 613 mandamientos de la Ley o algunos son más importantes que otros? Jesús tampoco se sale por la tangente. Repite el “escucha Israel” de Deuteronomio 6,5: Amarás al Señor con todo tu corazón. Este es el primer mandamiento y el mayor. Hasta aquí no hay novedad. La novedad está en lo que sigue. Une a este mandamiento lo que dice Levítico 19,18 sobre otro amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La novedad consiste en elevar este mandamiento al mismo nivel que el “Mayor y principal” uniéndolos por una palabra “semejante”. Semejanza como la que hay entre Dios y su creatura, el hombre. Es decir que la génesis de este amor al prójimo está en el mismo amor a Dios. Son absolutamente inseparables. Uno genera al otro. El primero al segundo con necesidad vital, de tal forma que si no se da el segundo, el primero es falso. Nadie ama a Dios si no ama a su hermano. Esta es la gran novedad. Para el creyente ambos amores son inseparables.

Además, Jesús añade eso de “De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas”. “Penden”. Estos mandamientos dan el “peso”, la consistencia, el sentido, el fundamento al ser de mi existencia. Solo desde ahí se puede construir algo que merezca la pena, algo con futuro, algo con valor permanente, algo que llegue a la fraternidad, a la igualdad, a la libertad de todo hombre, de nuestra sociedad, de nuestra historia, de nuestro mundo.

Sería bueno revisar nuestra escala de valores y cómo combinamos en nuestra vida los tres amores: a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. Sinceramente creo que funcionan bastante distorsionados –a favor del “nosotros mismos”- dando origen a una sociedad egoísta y egocéntrica, a una sociedad individualista y hedonista, a una sociedad clasista y opresora, a una sociedad nihilista, escéptica donde parece que al final todo da igual, o no hay valores mayores o mejores que otros.  Nos olvidamos del “peso”, del fundamento.

El papa Francisco construye la “Fratelli tutti” poniendo como columna vertebral la parábola del “buen samaritano” que Jesús utiliza para explicarnos “¿Quién es nuestro prójimo?, a propósito de la respuesta del evangelio de hoy. El capítulo 2º de la encíclica: “Un extraño en el camino”, es un hermosísimo comentario para el día de hoy. Dice entre otras cosas: “El hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada”. “Hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios”. “Se da la paradoja de que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes”. “Para el cristiano las palabras de Jesús implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido”.

Una invitación: Mirar a Jesucristo crucificado. Ahí está la síntesis del humanismo. Ahí está la síntesis de los tres amores. Ahí está la fuente de la Vida y de la Salvación.

Ese es el Jesús que anunciamos. Y lo debemos  anunciar con nuestra vida al lado del marginado y del pobre significando que esos pobres y esos marginados  son amados de Dios. Mucho más: son el rostro de Dios en medio de nosotros. Son “lugar teológico”.

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