Meditación del P. Dehon sobre el misterio de la Navidad, extraída del primer volumen de “Coronas de amor al Sagrado Corazón de Jesús.”
El Espíritu Santo, después del bautismo de Nuestro Señor, desciende sobre Él en forma de paloma y el Padre eterno hace escuchar estas palabras: “Él es mi Hijo bien amado en el cual pongo mi complacencia” (Mt 3,17) Si queremos santificar nuestro ministerio, basta que tengamos la consciencia pura, es preciso que el Espíritu Santo descienda a nosotros, es preciso que el Espíritu del Corazón de Jesús se vuelva el nuestro. “Induimini Dominum Jesum-Christum (Rom 13,14). Revestíos de Jesucristo”, esto es, reproduce su vida, sus intenciones, su celo.
El espíritu apostólico es un espíritu de celo unido a una gran dulzura y a una humildad profunda. La paloma es el símbolo de estas virtudes. Si este espíritu nos anima, tenemos que reproducir en la vida de los grandes apóstoles de los tiempos pasados, de los Pablos, los Domingos, los Franciscos Javier, etc. El verdadero apóstol debe ser como S. Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Jesús, es el Corazón de Jesús el que vive en mí”. (Gal 2,20)
L. Dehon, Coronas de amor al Sagrado Corazón de Jesús, 96