Emprendimiento

de  Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj

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Jesús quiere focalizar el tema hacia el tiempo final cuando el Señor viene a ajustar cuentas. Y el horizonte de ese juicio será verificar los valores y la realidad del Reino de Dios que hemos anunciado y construido.

Es evidente que nuestra tarea de vida humana pasa por la construcción de este mundo. Jesús vendrá a verificar el cómo lo hemos hecho. No tanto lo que hemos hecho, que estará muy bien o menos bien, sino sobre todo qué valores nos han inspirado y hemos cultivado a la hora de construir esta civilización.

Por eso, pregunto: ¿Cuál es el talento o perla preciosa que Dios nos ha entregado a cada uno de nosotros, creyentes en Jesucristo? La perla preciosa que hemos recibido todos es el mismo Jesucristo; perla sellada por el don del Espíritu en nuestro bautismo y confirmación.

Nuestra tarea en la vida es ser “otros cristos”; ser como Jesús.

Y Jesús no fue un arriesgado. Ya a los 12 años empieza a hacer sus distanciamientos dejando claro quién es “su Padre”. Y durante su vida pública se decanta siempre en favor del Padre y de los predilectos del Padre que son los “marginados”. Y no porque sean “buenos” sino porque son “marginados” y rechazados por aquellos que se creen buenos y dicen defender la ley de Dios.

Jesús se deja acompañar por publicanos, pecadores públicos, prostitutas y gente de mala fama. Los que él elige como apóstoles no son la flor y nata de aquella sociedad. Son hombres y mujeres normales que tiene el corazón abierto para recibir la novedad del Reino de Dios. Un reino donde “el Señor” se hace siervo y es el servidor de todos. Donde se proclaman bienaventurados los pobres, los mansos, los limpios de corazón y los constructores de la paz. Donde nadie es mayor que nadie y donde los dones de cada uno se ponen en favor de todos los demás. Nadie queda marginado. Los leprosos tienen su dignidad y pueden ser tocados y acariciados. Los enfermos deben ser atendidos y curados al estilo del buen samaritano. Los endemoniados son liberados de sus ataduras y hasta los muertos resucitan.  Jesús vive estos valores a tope y en eso le va la vida y le cuesta la vida. Su mensaje “cambia”, “da la vuelta” a aquel mundo que había sido construido por el tesón y avances de muchos, pero que se había construido sobre todo sobre el sufrimiento y el abuso de unos sobre otros.

Esos son los talentos sobre los que se nos pedirá cuentas.

En esta parábola san Mateo nos invita a la tarea de la evangelización y del testimonio en nuestra vida de creyentes. El que tiene amor y vida será capaz de dar amor y vida con creces y ese “dar” redunda en crecimiento personal. El que entrega la vida la gana. Quien no tiene amor y es un rácano, holgazán o negligente, perderá aquello que aparentemente tiene. Si la vida no se entrega en el amor, la vida se pierde irremediablemente. El que así obra se autoexcluye de la comunión y se verá rodeado de tinieblas y de sombras de muerte.

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