¿Es todavía católica América Latina?

Siempre se habló de América Latina como de un continente católico. Es cierto que en nuestros países hay una gran mayoría de bautizados en la Iglesia Católica pero lo son por tradición y costumbre con una casi nula incidencia en la vida: tienen por lo tanto una fe superficial y vulnerable.


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El documento de Aparecida se había propuesto llegar a ellos con una movilización misionera que involucrara a todos los católicos conscientes de su fe, para lograr una verdadera conversión a Cristo de los que ya están bautizados en la Iglesia Católica y se profesan católicos pero no viven su fe.
El papa Francisco sigue exigiendo una “Iglesia en salida” y proclama que “la misión es el mayor desafío hoy para la iglesia” (Evangelii Gaudium n.15). La consigna es ir a las periferias con el primer anuncio de Jesús (kerigma) y el protagonismo de los laicos. En una carta del 19 marzo de 2016 al cardenal Marc Ouellet de la Pontificia Comisión de América Latina, el papa Francisco comentaba: “Recuerdo la famosa expresión postconciliar: “es la hora de los laicos”. Pero parecería que el reloj se ha parado”.
Efectivamente se ha parado, y nos hemos dormido. Cuando la prensa habla de la Iglesia se refiere al Papa, obispos y clero que son los que mandan; los laicos no existen. No se oye la palabra del pueblo de Dios; no porque no la tenga sino porque no tiene cauces para expresarla. En América Latina los católicos siguen siendo mayoría pero disminuyen constantemente. Por el contrario crecen los evangélicos. No es un continente descristianizado como Europa pero, de católico que era formalmente, se ha volcado hacia el evangelismo. Obviamente no se trata ahora de emprender cruzadas contra los evangélicos como quizás se hizo en el pasado, ni de una competencia entre Iglesias cristianas. Hoy se vive un clima de acercamiento fraterno entre las Iglesias.
La “misión” es tan solo para los que no conocen a Cristo o lo han olvidado; es para aquellos cristianos que se han alejado no solo de la Iglesia Católica sino de toda práctica cristiana en la vida. Son millones de personas sin contar las nuevas generaciones cada vez más alejadas de la fe. Después de siglos de cristianismo, América Latina sigue siendo el continente con más desigualdades, injusticia social, miseria y violencia. Muchos han olvidado que la misión de la Iglesia no es traer más gente a sus tiendas sino transformar el mundo según el espíritu del Evangelio. El cristiano, por ser cristiano, debe ser una persona comprometida. Por otra parte, el éxito numérico de los evangélicos es seguramente un estímulo para reformular nuestra pastoral, promover el inmenso potencial de fuerzas que tiene la Iglesia Católica y hacer una urgente autocrítica en esta etapa de escucha del Pueblo de Dios.

¿Se protestantiza el Continente?

Con la palabra “protestantes” se designan a las grandes Iglesias surgidas de la Reforma iniciada por el fraile Martin Lutero en el siglo 16: Luteranas, Calvinistas, Anglicanas. Son las Iglesias protestantes tradicionales o históricas; a estas hay que añadir las Iglesias bautistas, metodistas, menonitas, presbiterianas, episcopalianas… Pero, mientras las Iglesias históricas tan solo se mantienen, han sido las Iglesias evangélicas las que han tenido una rápida y masiva difusión desde comienzo del siglo pasado hasta hoy, sobre todo en América Central.
Hoy hasta el término “evangélico” se refiere a todas las Iglesias no católicas y equivale prácticamente a “protestante”. De la década del setenta cuando los católicos eran más del 90% de los latinoamericanos, se ha pasado al 64,9% en el año 2017; y los evangélicos del 4% al 19%. Impacta la cantidad alarmante de católicos que se pasan a las comunidades evangélicas. El país más católico del mundo, Brasil, ha pasado de un 95,2% de católicos al 61% en 2010; y los evangélicos son ahora el 26% de la población.
En la década anterior a la asamblea episcopal de Aparecida, habían abandonado nuestra Iglesia unos 30 millones de católicos latinoamericanos. El obispo peruano Norberto Strotmann, que es sociólogo, afirmó sin vueltas que en los próximos decenios se juega la catolicidad del conjunto de América Latina. De seguir la tendencia actual, en 2035 ya se produciría un empate entre católicos y evangélicos. Según los estudios de Strotmann (cfr. “La Iglesia después de Aparecida”) América Latina es el único continente donde el crecimiento de los católicos es inferior al crecimiento de la población y el continente donde, junto a Europa, la Iglesia Católica pierde más fieles.

Avance del pentecostalismo

El pentecostalismo evangélico crece sin parar y se alimenta justamente de católicos tradicionales, sin mucha formación. Según el Centro de Investigación Pew en una encuesta realizada en 2014, el 55% de los evangélicos argentinos dijo haber sido criado en la Iglesia Católica y haber encontrado fuera de ella espacios de mayor comunidad, participación y ayuda mutua.
La Iglesia Católica en general no entendió este fenómeno y no supo reaccionar con otro tipo de pastoral. Quedó desahuciada aún entre los pobres, sobre todo en las últimas décadas con el abandono de las comunidades eclesiales de base, la pastoral popular, los grupos bíblicos, la acción liberadora. “Los católicos han hecho la opción por los pobres y los pobres han hecho la opción por los evangélicos”, se dijo.
Las masas populares que por el fenómeno de la urbanización llenaban las periferias de las grandes ciudades, no fueron atendidas suficientemente por la Iglesia Católica. La parroquia tradicional católica se encuentra por lo general en los centros urbanos y en los barrios de clase media, con amplias estructuras. En las periferias por el contrario, donde se encuentran los más pobres y los inmigrantes limítrofes, fue creciendo una gran cantidad de pequeñas comunidades cristianas que no precisan de grandes templos sino que se reúnen en lugares de culto modestos y alquilados: galpones, patios cerrados o en casas de familia y simplemente se identifican con una pancarta en el frente. Los pastores, que son decenas de miles, son gente del pueblo con poca preparación teológica y cursos académicos, pero muy cercanos a la gente, hablan al corazón y usan un lenguaje accesible, testimonial…
La gente logra en esos lugares de culto acceder a la Biblia de manera directa y puede expresarse con toda libertad; esto atrae cada vez más adeptos. Los convertidos dan testimonio público de su fe y se comprometen ellos también a las visitas domiciliarias, a ofrecer un espacio de su casa. Se los ve visitar hospitales y cárceles. En el clima de anonimato e indiferencia que se vive hoy es una suerte encontrar un grupo donde todos se conocen por su nombre y se interesan el uno del otro; donde todos pueden entrar y participar como iguales, aun los más pobres o los que se han equivocado en la vida y necesitan una mano que los saque de la droga o del delito. En estos pequeños grupos se canta, se festeja, se alaba a Dios y hay un contacto interpersonal que aporta emociones.
El pentecostalismo está abierto al diálogo ecuménico y ha tenido difusión y adaptación hasta en la Iglesia Católica a través del movimiento de la Renovación Carismática. Sin embargo en el marco de este fenómeno pentecostal evangélico coexisten el lucro, la manipulación, la fragmentación caótica de grupos independientes entre ellos, un proselitismo molesto, la subordinación absoluta al pastor local, la lectura literal de la Biblia y una doctrina tradicionalista y conservadora que a la postre entrará en crisis. La Iglesia Católica comparte con los pentecostales evangélicos muchos valores humanos y cristianos, pero con notables diferencias en la fe. Hay 30 mil denominaciones pentecostales en América Latina y esta atomización del universo evangélico-pentecostal plantea un horizonte lleno de interrogantes. Aún así, interpela nuestra estrategia pastoral y misionera; y podemos aprender mucho en lo que se refiere a la renovación de nuestras estructuras eclesiales.

“Conversion pastoral”

La Iglesia Católica en general no ha respondido suficientemente a los desafíos de renovación que ha propuesto el Concilio y que ahora propone el papa Francisco instando a todos a una “conversión pastoral”. En algunos países se ha retrocedido en las últimas décadas en la aplicación del Concilio.
José Comblin ha dicho que la historia de la Iglesia Católica en nuestro continente es una “historia de omisiones”, por refugiarse tan solo en lo sacramental y ritual. Aún así, no se puede negar que ha estado presente el profetismo en nuestras Iglesias, la opción por la justicia y los pobres, la irrupción de la Biblia, una nueva valoración de la religiosidad popular, el martirio… Lo que pasa es que la Iglesia Católica adolece de fragilidad institucional por el bajo número, cada vez más bajo, de sacerdotes y religiosos.
Es paradójico que teniendo América Latina el 40% de los católicos del mundo, tenga solo el 16,3% del total mundial de sacerdotes y el 16,9% de religiosos. Más grave aún es la extensión de un clericalismo elitista y tradicionalista que se queda tan solo con los servicios religiosos e impide darles protagonismo y formación a los laicos, en especial a las mujeres que son las que más trabajan en las bases. Sobre este punto ya en el documento de Santo Domingo se hablaba de “inercia generalizada” (n.96). Muchas parroquias son como pequeños guetos donde la que da vueltas es siempre la misma gente.
En la Iglesia se busca espiritualidad y en vez de encontrar una escuela de oración a veces se encuentra un club o una excesiva politización de la fe. Los documentos de la Iglesia han hablado de la parroquia como comunidad o red de comunidades, pero todo ha quedado en papel mojado. Muchos no han entendido que así como la familia es la primera célula de la sociedad, la pequeña comunidad es la primera célula de la Iglesia y la hace presente en los lugares y ambientes más alejados.
La Iglesia institución es vista desde afuera como un factor de poder, cerrada en sí misma y que a lo máximo cumple con una función moralizadora de la sociedad. No se ve en general a la parroquia como familia, casa acogedora para todos y al servicio de los hermanos, sino que figura por sobre todo como una prestadora de servicios religiosos. La parroquia tradicional no llega a toda la población. Es en las pequeñas comunidades, las que se reúnen en las capillas o en las casas, animadas por los mismos laicos, donde se hace la lectura orante de la Biblia, se da el clima de familia, el conocimiento y la ayuda mutua, el calor humano, la atención personalizada, la cercanía y el servicio a los vecinos.
En muchos templos católicos hay poca incidencia de la liturgia en la vida; hay demasiado anonimato y escasea una pastoral de acogida. En la predicación se nota un atrincheramiento sobre la doctrina y la moral, con discursos abstractos, genéricos y tediosos. Es deficiente la promoción de los ministerios para laicos, varones y mujeres. Nuestra Iglesia es muy institucional y poco inculturada. Una metodología misionera no es contar con una “fuerte” presencia de la Iglesia, es decir con grandes medios propios. Se trata más bien de que los equipos misioneros privilegien el contacto personal, el puerta a puerta, el boca a boca, el pisar el barro de las zonas marginales, el tomar mate, el hablar directamente de Jesús para que las personas lo conozcan y se conviertan a Él. Hay que romper con el proselitismo y el clericalismo que mantiene un laicado casi infantil a su servicio; lo que hay que lograr es la evangelización del pueblo por el pueblo. El pentecostalismo es como un aguijón que nos impulsa a valorizar más el nivel emocional y festivo de la fe y nos estimula a la diversificación de ministerios laicales y populares.

El reino terrenal

No es nuestra intención hablar de los neo-pentecostales evangélicos que han surgido en los años setenta provenientes de Estados Unidos como una rama del pentecostalismo y son rechazados por las Iglesias protestantes históricas y también por los pentecostales clásicos por no ser fieles a Cristo y al Evangelio. Se trata de grupos seudoreligiosos como “Pare de sufrir” (o Iglesia Universal del Reino) y “Dios es Amor” que prometen una felicidad inmediata, terrenal, con salud y prosperidad económica si se cree en Dios y se paga el diezmo. Hacen milagros y exorcismos en cadena; creen en un Dios milagrero que satisface todos nuestros deseos si se apoya a la Iglesia. Ofrecen objetos milagrosos, traídos por ejemplo de Tierra Santa, capaces de sanar enfermedades. Para obtener beneficios del cielo hay que ser generoso y pagar; y más uno es generoso, más será beneficiado por Dios. Su pastoral se caracteriza por el uso de los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, internet, cine): justamente esos medios a los que los católicos les damos tan poca importancia. Su éxito es asombroso. Son Iglesias poderosas que acumulan dinero y prometen a los pobres bienestar y un futuro mejor. Predican la teología de la prosperidad en contra de la teología de la liberación, porque Dios bendice a los ricos. La riqueza material es un signo manifiesto del favor divino.
Estos evangélicos buscan el poder político; los pastores establecen por quién hay que votar y tienen una numerosa bancada en el parlamento brasileño en apoyo a Bolsonaro. Están en contra del aborto, las drogas, el matrimonio gay, la ideología de género, pero los males sociales los atribuyen al demonio y son aliados de la ultraderecha económica. El Reino de Dios que invocan estos grupos es un reino muy terrenal, político, al servicio del dinero. El fundador de “Pare de sufrir” -Edir Macedo- es un multimillonario que vive en Estados Unidos, tiene su avión personal y una riqueza que crece en forma exponencial. En sus Iglesias, la mitad del tiempo dedicado al culto, es para recaudar dinero. Si Dios no contesta las oraciones, es porque no se ofreció lo suficiente. Tampoco se conoce el destino de todo ese dinero que se recauda. No se ha podido comprobar si el creyente de veras para de sufrir, pero lo que es un hecho cierto, es que nunca para de pagar.

Conclusión

Frente a esta explosión de Iglesias y seudoIglesias, del avance del secularismo y la increencia, de los escándalos y abandonos que se dan en nuestra Iglesia, la fe de muchos ha entrado en crisis. Lo que nos pasa es una clara advertencia de que Dios nos pide una renovación que no apunte tanto al número sino a la calidad. Pero el mensaje de Jesús no está en crisis. Si bien la Iglesia es pecadora, ha sido sin embargo a lo largo de los siglos capaz de transmitir ese mensaje con el testimonio de cantidad de santos y mártires. Y es innumerable el bien que también hoy hace en el mundo de forma silenciosa como nos ha enseñado Jesús, aunque la prensa destaque tan solo los escándalos. A pesar de sus falencias humanas, es el Espíritu de Jesús que la guía y protege.
Nosotros creemos que la Iglesia Católica sigue siendo el camino privilegiado de salvación y por eso hace falta redoblar el compromiso misionero; pero Dios actúa también fuera de ella. Son muchos los cristianos de otras Iglesias que expulsan demonios y hacen el bien en nombre de Jesús aunque “no son de los nuestros”. Dice Jesús que no hay que impedírselo o tratarlos como adversarios o competidores (Mc 9,38-40); porque “el que hace el bien y no está contra nosotros, está con nosotros”. El Espíritu de Jesús además “sopla donde quiere” (Jn 3,8) porque “Dios quiere que todos se salven” (1Tim 2,3-6) y acompaña a la gente sincera que sin conocer a Cristo busca a Dios, lucha por la verdad, el amor, la justicia y la paz; y este es el Reino de Dios.
La misma Iglesia no está al servicio de sí misma sino del Reino de Dios, que es más grande que la Iglesia. Y en el Reino de Dios cabe gente honesta de todas las religiones y aún no creyentes; y son millones.
El Espíritu conduce lentamente a la humanidad hacia Cristo, el único Salvador y a su evangelio. Pero en el juicio final las personas premiadas por el rey no serán necesariamente cristianas y de allí su sorpresa: “¿Señor cuándo te vimos?”. Dice una antigua canción: “Donde hay amor, allí está Dios”.

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