El Espíritu de infancia es una virtud especialmente querida por el Corazón de Jesús. El niño es simple y puro, está totalmente abandonado a los cuidados de su madre; seamos así en las manos de Jesús.
Mira a Jesús en su infancia, él es simple, obediente y totalmente abandonado en las manos de María y de José. María lo coloca sobre la paja y lo retoma, lo presenta a los pastores y a los magos, y tal vez lo da a abrazar. Deja que lo lleven a la Circuncisión y Presentación en el Templo. El sacerdote Simeón lo toma en brazos. S. José lo lleva a Egipto y lo trae de vuelta.
En Nazareth, su vida se resume en pocas palabras: “El niño crecía y se fortificaba, lleno de sabiduría y de gracia. Era sumiso y obediente a José”. Es siempre el niño simple y abandonado a sus padres.
Y nosotros, ¿no tenemos que ser simples, confiados, abandonados respecto a Jesús, que nos adoptó como sus hijos?
L. Dehon, Coronas de amor al Sagrado Corazón de Jesús 64