08 diciembre 2020
08 dic. 2020

Fratelli tutti, una encíclica actual y provocante

Fratelli tutti, una encíclica actual y provocante
Consideraciones de la encíclica en clave antropológica y psicosocial.
de  Manuel Lagos, scj
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“Fratelli tutti” es sin duda un texto provocante que no deja indiferente a quién lo lee. Basta hacer una rápida búsqueda en la web para encontrar tantas opiniones diferentes respecto al pensamiento del papa Francisco. Quizás, una de las razones fundamentales del texto sea “hacer pensar” y cuestionar el orden de las cosas y de nuestra sociedad; y el modo de entendernos, de situarnos, de estar en ella,… Reconozco que personalmente me ha generado muchos cuestionamientos, quizás por mi background social y cultural que encuentro reflejado en las palabras del Papa cuando denuncia ciertos sistemas de «políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres, pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos» (FT 169). Intentando dejar de lado el sentimiento -no siempre fácil cuando se tiene en cuenta el sufrimiento de los pueblos- intentaremos dar algunas consideraciones de la encíclica en clave antropológica y psicosocial.

La pregunta sobre el bien humano.

Parece ser una pregunta que se mantiene todavía vigente, simplemente porque no existe una unanimidad de respuesta en nuestro mundo. Para proporcionarla, es necesario adoptar una antropología desde la cual se plantee la pregunta fundamental: ¿cómo entendemos a la persona humana? Vemos que en el paradigma actual se impone la concepción de individuo sobre aquella de persona (FT 182). El diccionario de la Real Academia Española define a la persona como “individuo de la especie humana”. Sin embargo, la persona humana se constituye fundamentalmente por las relaciones, en las que recae el secreto de una verdadera vida humana (FT 87). Como consecuencia de la relación personal surgen los cuerpos sociales y la sociedad -dimensión interpersonal y social- que en su dinamismo propio debería irse ampliando y enriquecido (FT 89), desplegándose en una amistad social y en una fraternidad abierta a todos (FT 94). En este sentido, la persona -como ser en relación- tiene la posibilidad de desarrollar su tendencia a las relaciones que posibiliten el bien integral de todos.

La persona, naturalmente abierta a los vínculos, se descubre abierto a la auto trascendencia, es decir a un dinamismo de apertura y unión fuera de sí, hacia los otros y en definitiva a Dios. En este sentido hablamos de un dinamismo de la relación que marca y define nuestra propia vocación (cf. FT 91). Me permito interpretar este dinamismo de auto trascendencia que se propone en la encíclica, utilizando el término de “conversiones”, siguiendo a Bernard Lonergan en su obra “el Método en Teología”. Lonergan habla de tres tipos de conversiones: una de tipo intelectual, que tiende hacia la verdad, en este sentido podemos reconocer la inalienable dignidad humana (FT 111); una de tipo moral que tiende hacia los valores objetivos pero limitados (FT 117); por último, una conversión religiosa (FT 127) que tiende hacia Dios y que permite el dialogo abierto de horizontes. En mi opinión, sólo desde esta conversión religiosa es que podemos llegar a aceptar el amor efectivo del que se habla en la encíclica (FT 185). Ciertamente en esta perspectiva de auto trascendencia, estamos llamados a no quedarnos en un simple positivismo individual o social, sino más bien a un positivismo teológico, como lo es la llamada a la fraternidad. Una fraternidad que complementa la libertad y a la igualdad, y que las orienta al amor (cf. FT 103).

La fragilidad humana como lugar común.

Descubrimos en la encíclica una llamada a fijarnos en la fragilidad humana. Esta se pone de manifiesto en el primer capítulo cuando se habla de “las sombras de un mundo cerrado” y de los males que golpean nuestra sociedad en general y a las personas en particular. Las tendencias del mundo actual dificultan el desarrollo de una fraternidad universal, que parece tener su raíz más profunda en la fragilidad humana. Tal fragilidad viene ya evidenciada en la Gaudium et Spes 10 y que en la encíclica se repite: “el asunto es la fragilidad humana, la tendencia constante al egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición cristiana llama ‘concupiscencia’: la inclinación del ser humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos” (FT 166). Y es esta profunda realidad humana la que nos pone también en un plano común, desde la que podemos identificarnos frágiles y limitados, en la que podemos reconocer en nosotros mismos y en el otro la propia limitación y nuestro deseo de superación. Esta realidad común nos permite empatizar y colocarnos en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses (cf. FT 221).

La relación y el componente social.

Hemos hablado ampliamente del hombre en relación (FT 89), de la persona humana abierta espontáneamente a los vínculos, y de la llamada natural a trascenderse a sí misma en el encuentro con los otros (FT 111). La persona humana encuentra limitaciones en sí misma pero se percibe siempre abierta a superarlas. Y en este entramado de relaciones como comunidad, pueblo, sociedad, es indispensable la búsqueda del desarrollo humano integral (FT 112), que permita llegar a una altura moral capaz de trascenderse a sí mismo y a su cultura de pertenencia (FT 117), creando una identidad común (FT 158) que no suprima a la persona disolviéndola en la masa, bajo la apariencia de “nosotros” que al final es un “ninguno”. Es conveniente reconocer nuestras propias motivaciones humanas racionales (desarrollo moral), afectivas (desarrollo afectivo) y sociales (desarrollo psicosocial) que entran en la construcción de una sociedad. Sólo sabiendo quienes somos y cómo nos entendemos en el mundo, podremos tener la conciencia de que nos necesitamos los unos a los otros. Es necesario enfrentar el desafío educativo para promover la cultura de la cercanía y del encuentro (cf. FT 30; FT 216), y así, desarrollar la virtud moral y la actitud social (cf. FT 114) porque nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose (FT 95).

El liderazgo que propone Francisco.

Se aprecia en la encíclica una visión de Iglesia desde una perspectiva social y socio-cultural, ya presente en la Gaudium et Spes “la iglesia en el mundo” y en la Lumen Gentium “iglesia pueblo de Dios”. El liderazgo que propone el Papa es aquél que da valor a la cultura y que nace desde y con la comunidad. Son significativas, en este contexto, algunas características del paradigma de liderazgo que tiene en mente Francisco.

Él propone un modelo de liderazgo que sea capaz de ser “gobierno del pueblo” (FT 157) y de fomentar una identidad común hecha de lazos sociales y culturales (FT 158); y que no caiga en el “inmediatismo” (FT 160) sino que se base en un proyecto duradero de transformación y crecimiento (FT 159). Lo verdadero popular, dice Francisco, es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno: sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas (FT 162). El líder debe ser una persona preocupada de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Deber ser un hacedor y constructor con grandes objetivos, con amplia mirada, realística y pragmática, aún más allá de su propio país (cf. FT 188).

Si hemos sostenido que la encíclica no deja indiferente a nadie, es necesario que nos hagamos también nosotros preguntas sinceras y sin prejuicios:

  • ¿Es posible una sociedad como la que se propone en la encíclica, si nosotros mismos estamos tan aferrados a nuestros propios intereses y beneficios?
  • ¿Cómo no caer en una radicalización de ideas, si intentamos rescatar la individualidad con sus motivaciones, valores y necesidades, muchas veces ambiguas?
  • ¿Cómo definirnos como un “nosotros” real y concreto sin caer en la defensa de un colectivo “abstracto”?
  • ¿Cómo me defino yo: como un individuo/miembro de un grupo, o como una persona esencialmente caracterizada de relaciones de entrega a todos?

Preguntas que nos ayuden a la reflexión y profundización de la encíclica. Ojalá surjan otras muchas más preguntas de la lectura atenta, meditada y reposada de una encíclica que es sin duda actual y provocante.

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